domingo, 9 de octubre de 2011

La araña.


Me repito una y otra vez que no debo envenenarme, que no hay motivos para ello. Es difícil conviviendo con ella. 
Estuve muchos meses fuera, fracasar requiere tiempo, cuando regresé a casa ella ya estaba allí. Tardé semanas en percatarme de su presencia, fue necesario un catalizador que la pusiera de manifiesto. Como carnaza en el agua para atraer a los tiburones fue la inseguridad que emanaba de mi ser a todas horas lo que la hizo salir de su rincón. Ahora me doy cuenta de que puede que hubiese estado allí toda la vida y que probablemente hasta me había seguido todo el tiempo que había estado vagando. En mis sueños me asaltan lo que creo son recuerdos: la veo caminar por las paredes y ocultarse rápido bajo mi cama o en algún cajón abierto, escondiéndose entre mi ropa, dejando un rastro invisible en todas mis cosas. Mi propio grito me despierta y siento el horror, la desorientación del despertar y el pánico al no saber si sigo tumbado en mis sueños cuando veo sus patas aparecer por el borde de la cama.








 Una por una sus ocho patas van apareciendo, caminando por mi almohada hasta detenerse ante mi cara, se acurruca entre ellas y me mira. Sabe que me ha dominado, sabe que la temo. Es consciente del poder que tiene sobre mi esa toxina que me inocula casi a diario, lo hace por diversión y porque yo soy incapaz de resistirme, estos meses han hecho de mi un personaje apático...desidioso.
Se cansa de observar divertida el horror en mis ojos y se pone en marcha, arrastrando su peludo y flojo abdomen por mi pómulo, caminando sobre mi cara en dirección a mi yugular.Entonces me pica, desaparece entre las sábanas y despierto arrancando otra capa al sueño. 
El sudor baja por mis sienes, resbala por mi cuello en el que algo me arde aún y forma charcos bajo las clavículas. Noto el dolor y el calor del veneno corriendo por venas y arterias, llegando hasta la última célula. Siento la taquicardia y sin poder siquiera parpadear por la parálisis veo de reojo algo ocultándose en la sombra. 
Entonces la primera lágrima se mezcla con el sudor mientras miro el techo y pienso: esta no es forma de vivir...

jueves, 22 de septiembre de 2011

En el camino.


Cuando metí los pies en ella hace días lo noté...el agua del mar ha empezado a enfriarse, son cosas del otoño que va llegando con pasos pequeños, susurrando con el viento, pidiendo permiso para doblar la esquina y azotar con viento y lluvia. Con él llegarán las olas...las noto mientras nado hacia acantilados de una costa que desconozco. 

Noto mi cuerpo subir y bajar con cada onda, cada una más fuerte que la anterior, progresando hacia olas salvajes y violentas. Siento las primeras, noto como tiran de mis pies hacia atrás intentando tragarme en su bucle. Son momentos para nadar con fuerza y no dejar que me golpeen contra el fondo, mantenerme sobre ellas y mirar hacia atrás buscando la más grande. Cuando llegue prometo olvidar el vértigo y bracear más fuerte que nunca para no dejar que me trague, tensare mis músculos, me elevaré con ella y en la espuma de la cresta, me clavaré en ella y, convenciéndola de que no rompa antes de llegar, me pose sobre los acantilados donde dos amigos al final de mis piernas me llevarán adónde yo quiera.
 Y cuando llegue, aunque dolorido y cansado, será con una enorme sonrisa en la boca y regalos para la gente, llamando a las puertas para contar las cosas buenas del camino y te apartaré de los demás para confesarte el miedo del viaje y pedirte que no dejes que vuelva la parte de mi que se perdió en él, la vi hundirse aún respirando... 










miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Santera. (II)

Llegó cierto día, como tantos otros. Llamó a mi puerta en busca de una habitación en la que quedarse.
-No por mucho tiempo- me dijo- no me quedaré mucho por aquí...
Preguntó si quedaba alguna habitación libre en la pensión...pues claro que la había, llevaba meses viviendo sola en aquel enorme caserón. La gente ya no iba nunca por aquella cara de la colina. Todos vivían en el ensanche, de cara al mar. Pocos nos habíamos quedado en la parte vieja...
"No por mucho tiempo" era una frase que con los años había oído decir infinidad de veces a mucha gente. 
Cada noche antes de dormir miro por el balcón y les veo a todos vagando por las calles, otros tuvieron más suerte...a esos les mataron antes de que pudieran enloquecer. Una puñalada por unos billetes recién llegados, un mal negocio con los jamaicanos, acercarse a la mujer a la que no debían...
Él era distinto, después de unos meses coleccionaba cicatrices, tenia a todos los antillanos buscándole y cada noche visitaba a Sola.
La llamaban Sola, porque así se llamaba la isla en la que nació: La Sola. 

Odio imaginarme todas las veces que se habrá acostado con esa zorra, reina de las supersticiones de esta cloaca de ignorantes. Llevo semanas viendo como sale cada noche y camina calle arriba en dirección a su casa. Enfermo imaginando que clase de oscura alquimia habrá usado para cegarlo, para que no se de cuenta de que le está engañando cada noche, para que no sepa que poco a poco le va consumiendo.
Sueño con ellos en la duermevela, le veo a él atrapado entre sus brazos, luchando por respirar entre su pelo. En mi sueño estoy escondida, no pueden verme...pero se como acaba el sueño: ella levanta la mirada y la clava en mi, entonces puedo notar con cada pupila un alfiler atravesando mi pecho.






viernes, 9 de septiembre de 2011

La santera.(I)

Bien entrada cada noche se levantaba muerto del viejo colchón en el que dormía. Hacía tiempo que la gente cuerda había abandonado aquella ciudad. Cada noche salía ya muerto de aquel tugurio malsano y mezquino, y muerto enfilaba el camino que atravesaba las viejas callejuelas de la judería. Calles donde se quedaron los locos, en las que un destello de plata en la oscuridad se convertía con suerte en una cicatriz con el tiempo. Las navajas no le preocupaban pues sabía de otras heridas que no sanarían jamás. Caminaba hacia los caserones de la parte alta de la loma sobre la que se levantaba la urbe. Conocía el camino hacia el cuchitril que ella habitaba bajo los pórticos de uno de los palacios.






Puede que hubiese salido a embaucar a hombres y animales, pero si quería encontrarla solo tenia que seguir el rastro de sal que sus pies iban dejando paso a paso, donde ya nada brotaría jamas o el olor ponzoñoso y almizcleño de las hierbas y pociones con las que nublaba la conciencia de sus cautivos. Presos por su magia negra se arremolinaban a su alrededor y la seguían calle arriba con la vista fija en el amuleto que oscilaba en su mano izquierda. Las bestias salvajes que hechizaba en las calles guardaban su casa del pobre extraño que dominado por la curiosidad quisiera internarse en el resplandor amarillento que irradiaba el portal siempre abierto. Convertidos en muñecos sin voluntad los hombres que caían en su telaraña la servían día y noche procurándole sus caprichos,los venenos y la sangre que necesitaba para sus ritos.
Llegó al final de la última calle del antiguo barrio judío y torció a la izquierda, al final del callejón se veía la luz fantasmal de la casa. Había llegado hasta allí con la intención de poner fin a todo aquello, de todos los perdidos que aún habitaban la ciudad él era el más maldito. Con él no había necesitado de sus pócimas ni de sus hechizos, nada de sangre de animales...su piel oscura y sus ojos en blanco debido al constante trance habían bastado con él. El amor a las hechiceras era algo vetado por el vudú y los antillanos no tardarían en encontrarle... No dejaba de ser extraño que en un lugar tan cruel e irreal como aquel no existiese magia mas negra que aquel sexo maldito...

jueves, 1 de septiembre de 2011


Tormenta de verano.


Hoy ha anochecido y sobre el mar los relámpagos han aparecido para llevarme con ellos. Los truenos de una tormenta de verano son distintos de los de otra tormenta. Más suaves, más cálidos...
Desde el tejado de casa veo como se acercan, veo como las nubes parecen brotar del horizonte y elevarse teñidas con los residuos del crepúsculo, mezclándose con el color violáceo del cielo, tiñendo la atmósfera de verde radioactivo.
Siento el viento fresco y húmedo levantarse, marinero que viene de visita. El sonido de los truenos retumba en las cuevas, en los acantilados... y el manto de lluvia se acerca golpeando la superficie del mar molesto con el tiempo. Bajo las escaleras y fumo hasta que las brasas del pitillo comienzan a sisear con las primeras gotas, miro arriba: viene una tormenta de verano y eso me pone de buen humor.
Las tormentas de verano, esas tormentas cálidas y densas. No creo que lo sean por ser verano, son cálidas y son densas porque vienen llenas de recuerdos... Tienen la extraña capacidad de transportar fragmentos de tiempo.
Entro en casa, me tumbo en la cama con las gotas ya golpeando con fuerza en las persianas, es un golpeteo metálico en esas persianas nuevas de aluminio...prefería el sonido de las gotas contra aquellas viejas persianas marrones de madera, que dejaban entrar el olor a tierra mojada del solar que había al lado de aquella casa.
Es mi primera tormenta de verano fuera de aquella casa. Hacía tiempo que no la echaba en falta pero hoy es uno de esos días. Uno de esos en los que recuerdo el terror que me causaban las siluetas dibujándose en la noche con los destellos de los relámpagos en mi niñez. En los que respiraba profundamente el aire fresco de la tormenta contando los días para volver al norte a reencontrarme con la luna.
Recuerdo los veranos en aquella casa y los inviernos. Recuerdo mi vida en aquella casa. Sigue pareciéndome un sueño extraño pasar por delante de ese montón de escombros. Esa montaña de cascotes de cuyo aspecto es imposible desentrañar lo que antes fue mi hogar, las paredes que me protegieron todos esos años, ahora en pedazos, mojados bajo la tormenta. Esa tormenta que siempre me conseguió apaciguar hoy calienta mi sangre y desenmascara esa faceta oscura, impotente e iracunda que duerme en mi mente.



lunes, 22 de agosto de 2011


Mercromina para M.

Creo que conocemos el vacío y creer que puede que las cosas vayan mal cuando en realidad no pasa nada. El aburrimiento y la tristeza son gemelos siameses. Ante el vacío nos paralizamos aunque debería ser la cosa más estimulante y motivadora. Podemos creer que la ausencia de ciertas cosas es una condena con la que debemos cargar y a veces es así. 
Otras no. Otras veces es una página en blanco, un lugar que llenar con algo nuevo. Hacer examen de conciencia, hojear las páginas llenas de errores y usar nuestra libertad para escribir algo mejor, algo en lo que depositar nuevas esperanzas, algo que esta vez no duela.

Eso es a lo que yo llamo esperanza. Tengo muchas.

Por ejemplo que de cada gota que veo evaporarse cada mañana haya una que se condense para caer  y golpear tu ventana al caer el sol, si eso es posible puede que cada vez que exhalo el aire de mis pulmones empuje el que tu necesitas para respirar. Puede que sea al revés...no lo sé. Sé que si salto y aleteo no llegaré volando hasta allí, pero no soy mal nadador del todo. Al fin y al cabo solo se trata de dar brazadas, de ir dejando agua atrás. Si el mar en el que nado a diario es el mismo que está cerca de ti, molécula a molécula dos de hidrógeno y una de oxígeno, sólo se trata de ir dejándolas atrás...Hoy me he guardado una sonrisa, una de verdad, y no se la pienso enseñar a nadie, no me fío del cartero y si es necesario iré a nado para regalártela.
Mientras tanto, creo que tengo algo de mercromina por ahí...







viernes, 29 de julio de 2011

Eufória y química orgánica.

 Las primeras filas en un concierto son como un puzzle complicado: una multitud de hombros encajados entre si, brazos intentando elevarse y por debajo miles de piernas en movimiento, como el motor de una enorme máquina.
Cuando estas en medio de la multitud no son tus piernas las que te llevan, es la masa la que te empuja, como la corriente, una corriente de gente que es arrastrada al mismo tiempo que tu, ninguno tiene control sobre el rumbo, pero todos lo seguimos; marcado por las vibraciones del suelo, por las ráfagas de aire que mueven los diafragmas de los bafles en sus oscilaciones, sacudiendo la ropa hasta que el sudor impide que se separe de la piel.

La primera noche aquella chica estaba perdida en mitad de la maraña, igual que yo.
Iba a empezar el último concierto de la noche y, ya que lo tenia que ver solo, pensé que lo mejor sería hacerlo en primera fila.
La chica tendría la misma edad que yo, año arriba año abajo. Me fijé en ella, me dio la impresión de que estaba sola. Gafas de sol con montura blanca y una camiseta gris con las mangas a rayas; pelo negro y figura esbelta y alargada.



Aún quedaban unos veinte minutos para que empezase el concierto, puede que más. En aquel momento la mayoría seguían el concierto del otro escenario por las pantallas gigantes que colgaban de los laterales del escenario. Ella no y yo tampoco...
Ella se contemplaba los pies y yo a ella.
Según iban pasando los minutos la gente se arremolinaba en las primeras filas, pronto empecé a notar la estrechez, el sudor de los demás y hasta el palpitar de su pulso.
Seguía sin poder apartar la mirada de aquella tía. Buscó en sus bolsillos y sacó una pequeña bolsa de plástico hermética, volcó parte de una masa gris y marrón en la palma de la mano y se la quedó mirando, como sopesándola, calculando la cantidad, pensativa.
Después de unos segundos con una mueca de indiferencia se metió aquello en la boca y después el resto de la bolsa.
Se apagaron todas las luces y un sonido atronador comenzó a salir de los altavoces, deseé que aquella chica fuese consciente de lo que hacia. Crystal Castles empezaron y la gente enloqueció. El poco espacio que había desapareció y creí que las costillas se me partirían, desde aquel momento no tenía el más mínimo control sobre adonde me movía, todo era caos y con los destellos de los focos pude ver como la multitud nos empujaba en direcciones opuestas.

Si la corriente del mar te succiona lejos de la costa lo mejor es no resistir, en vez de eso debes dejarte llevar hasta que la corriente te suelte y la puedas rodear o puede que, con un poco de suerte, te devuelva a la arena. La resignación puede ser a veces un modo válido de alcanzar ciertos objetivos.

Me encajé entre los hombros de dos tíos mucho más fuertes y pesados que yo dejándome llevar por ellos, cayendo de un lado a otro, empujando hacia adelante iba suspendido entre los hombros de aquellos tipos. No bailaba, de eso se encargaban ellos, simplemente movía la cabeza con la música y miraba fijamente las luces. Me miraban y se reían de mi, estaban contentos eran como dos zoólogos que habían descubierto una nueva especie, un parásito del festival que se servía de otros mejor adaptados a aquel entorno. Me divertía pensar aquello, cerré los ojos mirando a las luces mientras pasaban los minutos. Cuando regresé ya no estaban, pero si estaba ella… Ahí mirando mis playeros, me miro y soltó:
-Me gustan tus zapatos!
Se quitó las gafas de sol, tras las que escondía dos pupilas que prácticamente se derramaban sobre el iris, sin dejar ver su color, como si aquellos ojos tratasen de tragarse a si mismos. Siguió bailando con la vista perdida, en un balanceo a un lado y a otro, como un péndulo.


 
 
Me resultó chocante que aquella chica que momentos antes me había resultado cautivadora se hubiera convertido en un espectro mortecino de piel pálida y apagada, fría y sudorosa, lenta y descoordinada.  
Pero había algo extraño, no perdía su enorme sonrisa, sonreía y le daba igual que a mi solo me faltase una lupa, le daba igual la gente, le resbalaba el tiempo y el espacio. Sólo la música y las luces…
Aquella noche estaba ella entre treinta mil personas que desaparecimos, el suelo vibraba y ella también. Y me río, por que me doy cuenta hoy de que puede que todo fuese una simple cuestión de actitud y me entristezco por no haber podido estar con ella en aquel lugar al que viajó.

lunes, 18 de julio de 2011

Aquel hombre...

 Había vuelto a vivir en casa de sus padres. Seguro que su mujer le debió dejar por otro más guapo, con más dinero... o a lo mejor simplemente se había aburrido de aguantar sus memeces, allí tirado parecía un niño gigante. Quien sabe, puede que fuese el más imbécil de los hombres, uno de esos capullos con una bocaza enorme y más cara que espalda...


Que estuvo casado era más que obvio, no soy la clase de persona que se fija en si alguien aún tiene la marca de la alianza, pero aquellos pantalones chinos color arena son los típicos que mi madre le regalaría a mi padre el 13 de Abril. Esa clase de pantalones que están pensados para que te los pongas con la raya marcada y una camisa metida por dentro pero jamás con una camiseta de Pearl Jam tío...
Llevaba la pulsera azul así que supongo que el pobre hombre ya llevaba tres días vagando por el festival solo o puede que aún peor: había arrastrado al último pringado que conociese para que le acompañara...
No pude evitar sentir lástima cuando vi a aquel hombre ahí tirado en el suelo. Me costaba imaginar cuanto habría bebido aquel tipo o que se habría metido para acabar tirado en medio de miles de personas a las cuatro de la madrugada con esos bonitos chinos meados. Hasta inconsciente dando por saco a su ex.


Tuve un momento de lucidez y decencia, me agaché junto a él para comprobar si aun respiraba. Su pecho se movía, puse la mano frente a su boca y pude notar su aliento.
Biel se agachó junto a mí y me susurro al oído.


- Cuenta la leyenda, que lleva aquí borracho desde el concierto de Pearl Jam del año pasado, que jamás fue capaz de rehacer su vida desde aquel momento...


No le dio tiempo a acabar de decirlo y estallé en carcajadas. No me pareció una idea descabellada, guardaba cierta coherencia con mi primera impresión de aquel hombre.Te das cuenta de lo borracho que estás cuando tus líneas argumentales absolutamente lógicas guardan tanta coherencia con los delirios de alguien colocado...A decir verdad puede que llevase desvariando ya muchas horas. De hecho llevaba tantos días allí como aquel hombre del que puede que solo me separase la edad.
Me senté en el suelo junto a él, Biel y los demás se perdieron en la carpa entre el ruido y la multitud.





Al cabo de unos minutos me dejaron de doler tanto los pies, los gritos y la música pasaron a formar parte del ambiente y de espaldas a los láseres de la carpa me quedé totalmente absorto en la gente que salía de la oscuridad dirigiéndose a la pista a bailar. 


Traté de concentrarme en las caras de la gente, buscando una en concreto. Había una en la que tenía un especial interés, por desgracia guardaba un rasgo en común con el resto, jamás la había visto. Llevaba horas buscando esa cara, al principio escaneaba unas cuantas y volvía a perderme en aquella enorme juerga. Pero conforme iban transcurriendo las horas y pasando los conciertos más la buscaba, mayor era aquella ansiedad y la rabia de intuir que sería imposible que el azar nos llevara a encontrarnos en un lugar como aquel.


Me levanté y me di cuenta de que algo fallaba, estaba cansado y desilusionado, faltaba algo en todo aquello. Alguien le había robado la guinda al pastel, mi guinda, era solo para mí a nadie más le importaba aquello, solo a mí.


Sentía ganas de volver a casa, de darme un ducha, de sacudirme aquella extraña sensación de encima, de nadar lejos, de hundirme en el mar y reprocharle a gritos al agua toda esa puta frustración.


Puede que me estuviese importando demasiado...