lunes, 2 de enero de 2012

Pasajeros.




Eché un vistazo al cuaderno y a la pluma que había tirado en el asiento contiguo.
Hacía semanas que no abría el cuaderno ni utilizaba aquella pluma,sin embargo, me seguían acompañando a todas partes.
La muchedumbre salía de los trenes y entraba en los ascensores que subían por la estructura de titanio y cristal hacía la azotea, dónde los transbordadores esperaban en sus muelles la hora programada para el despegue.
Titan, Europa, Ío, Caronte...cada uno lucía el símbolo del planeta al que pertenecía el satélite de destino pintado en el fuselaje.
Destinos mejores que seguir aquí abajo dónde hacía años que no veíamos las estrellas.
La vi entrar en uno de los elevadores. Cuándo las puertas se cerraron se dio la vuelta y tras la estela que dejaron sus cabellos con la luz crepuscular al volverse, aparecieron sus ojos de un marrón claro que por acto de la luz filtrada a través del cristal se transmutaban al color de la miel mientras observaba el sol desaparecer.
Después posó su mirada sobre la mía. No sentí la necesidad de apartarla, no era una de esas ocasiones en las que mi indiscreción y curiosidad habían sido advertidas por un extraño como un acto de voyeurismo, como una transgresión de su espacio personal.
Había una cálida confianza en sus ojos. La calidez que da los años de amistad o la que da una noche tras otra compartiendo el calor de la piel desnuda.
Puede que mi melancólica mirada rayando con lo suplicante hiciese que ella correspondiese con una afectuosa y benevolente sonrisa dibujándose discretamente en las comisuras de la boca.
Observó mis cosas mientras su sonrisa se abría ligeramente dejando entrever lentamente como su lengua jugueteaba con los dientes con suavidad...con gesto de divertida curiosidad.
Volvió a clavar sus ojos en los míos. Por algún extraño truco telepático o engaño psicológico que emanaba de su mirada sentí la necesidad de volver a abrir ese cuaderno y hacer correr la pluma sobre las hojas en blanco mientras su ascensor comenzaba a elevarse.












En aquel preciso instante , mientras notaba como mi espalda se pegaba al respaldo con la aceleración, supe que no volvería a verla jamás.
El tren me llevaba al extrarradio otro día más flotando sobre los raíles magnéticos, burlando a la gravedad.
La hubiese seguido a cualquier parte.