viernes, 29 de julio de 2011

Eufória y química orgánica.

 Las primeras filas en un concierto son como un puzzle complicado: una multitud de hombros encajados entre si, brazos intentando elevarse y por debajo miles de piernas en movimiento, como el motor de una enorme máquina.
Cuando estas en medio de la multitud no son tus piernas las que te llevan, es la masa la que te empuja, como la corriente, una corriente de gente que es arrastrada al mismo tiempo que tu, ninguno tiene control sobre el rumbo, pero todos lo seguimos; marcado por las vibraciones del suelo, por las ráfagas de aire que mueven los diafragmas de los bafles en sus oscilaciones, sacudiendo la ropa hasta que el sudor impide que se separe de la piel.

La primera noche aquella chica estaba perdida en mitad de la maraña, igual que yo.
Iba a empezar el último concierto de la noche y, ya que lo tenia que ver solo, pensé que lo mejor sería hacerlo en primera fila.
La chica tendría la misma edad que yo, año arriba año abajo. Me fijé en ella, me dio la impresión de que estaba sola. Gafas de sol con montura blanca y una camiseta gris con las mangas a rayas; pelo negro y figura esbelta y alargada.



Aún quedaban unos veinte minutos para que empezase el concierto, puede que más. En aquel momento la mayoría seguían el concierto del otro escenario por las pantallas gigantes que colgaban de los laterales del escenario. Ella no y yo tampoco...
Ella se contemplaba los pies y yo a ella.
Según iban pasando los minutos la gente se arremolinaba en las primeras filas, pronto empecé a notar la estrechez, el sudor de los demás y hasta el palpitar de su pulso.
Seguía sin poder apartar la mirada de aquella tía. Buscó en sus bolsillos y sacó una pequeña bolsa de plástico hermética, volcó parte de una masa gris y marrón en la palma de la mano y se la quedó mirando, como sopesándola, calculando la cantidad, pensativa.
Después de unos segundos con una mueca de indiferencia se metió aquello en la boca y después el resto de la bolsa.
Se apagaron todas las luces y un sonido atronador comenzó a salir de los altavoces, deseé que aquella chica fuese consciente de lo que hacia. Crystal Castles empezaron y la gente enloqueció. El poco espacio que había desapareció y creí que las costillas se me partirían, desde aquel momento no tenía el más mínimo control sobre adonde me movía, todo era caos y con los destellos de los focos pude ver como la multitud nos empujaba en direcciones opuestas.

Si la corriente del mar te succiona lejos de la costa lo mejor es no resistir, en vez de eso debes dejarte llevar hasta que la corriente te suelte y la puedas rodear o puede que, con un poco de suerte, te devuelva a la arena. La resignación puede ser a veces un modo válido de alcanzar ciertos objetivos.

Me encajé entre los hombros de dos tíos mucho más fuertes y pesados que yo dejándome llevar por ellos, cayendo de un lado a otro, empujando hacia adelante iba suspendido entre los hombros de aquellos tipos. No bailaba, de eso se encargaban ellos, simplemente movía la cabeza con la música y miraba fijamente las luces. Me miraban y se reían de mi, estaban contentos eran como dos zoólogos que habían descubierto una nueva especie, un parásito del festival que se servía de otros mejor adaptados a aquel entorno. Me divertía pensar aquello, cerré los ojos mirando a las luces mientras pasaban los minutos. Cuando regresé ya no estaban, pero si estaba ella… Ahí mirando mis playeros, me miro y soltó:
-Me gustan tus zapatos!
Se quitó las gafas de sol, tras las que escondía dos pupilas que prácticamente se derramaban sobre el iris, sin dejar ver su color, como si aquellos ojos tratasen de tragarse a si mismos. Siguió bailando con la vista perdida, en un balanceo a un lado y a otro, como un péndulo.


 
 
Me resultó chocante que aquella chica que momentos antes me había resultado cautivadora se hubiera convertido en un espectro mortecino de piel pálida y apagada, fría y sudorosa, lenta y descoordinada.  
Pero había algo extraño, no perdía su enorme sonrisa, sonreía y le daba igual que a mi solo me faltase una lupa, le daba igual la gente, le resbalaba el tiempo y el espacio. Sólo la música y las luces…
Aquella noche estaba ella entre treinta mil personas que desaparecimos, el suelo vibraba y ella también. Y me río, por que me doy cuenta hoy de que puede que todo fuese una simple cuestión de actitud y me entristezco por no haber podido estar con ella en aquel lugar al que viajó.

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