jueves, 22 de septiembre de 2011

En el camino.


Cuando metí los pies en ella hace días lo noté...el agua del mar ha empezado a enfriarse, son cosas del otoño que va llegando con pasos pequeños, susurrando con el viento, pidiendo permiso para doblar la esquina y azotar con viento y lluvia. Con él llegarán las olas...las noto mientras nado hacia acantilados de una costa que desconozco. 

Noto mi cuerpo subir y bajar con cada onda, cada una más fuerte que la anterior, progresando hacia olas salvajes y violentas. Siento las primeras, noto como tiran de mis pies hacia atrás intentando tragarme en su bucle. Son momentos para nadar con fuerza y no dejar que me golpeen contra el fondo, mantenerme sobre ellas y mirar hacia atrás buscando la más grande. Cuando llegue prometo olvidar el vértigo y bracear más fuerte que nunca para no dejar que me trague, tensare mis músculos, me elevaré con ella y en la espuma de la cresta, me clavaré en ella y, convenciéndola de que no rompa antes de llegar, me pose sobre los acantilados donde dos amigos al final de mis piernas me llevarán adónde yo quiera.
 Y cuando llegue, aunque dolorido y cansado, será con una enorme sonrisa en la boca y regalos para la gente, llamando a las puertas para contar las cosas buenas del camino y te apartaré de los demás para confesarte el miedo del viaje y pedirte que no dejes que vuelva la parte de mi que se perdió en él, la vi hundirse aún respirando... 










miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Santera. (II)

Llegó cierto día, como tantos otros. Llamó a mi puerta en busca de una habitación en la que quedarse.
-No por mucho tiempo- me dijo- no me quedaré mucho por aquí...
Preguntó si quedaba alguna habitación libre en la pensión...pues claro que la había, llevaba meses viviendo sola en aquel enorme caserón. La gente ya no iba nunca por aquella cara de la colina. Todos vivían en el ensanche, de cara al mar. Pocos nos habíamos quedado en la parte vieja...
"No por mucho tiempo" era una frase que con los años había oído decir infinidad de veces a mucha gente. 
Cada noche antes de dormir miro por el balcón y les veo a todos vagando por las calles, otros tuvieron más suerte...a esos les mataron antes de que pudieran enloquecer. Una puñalada por unos billetes recién llegados, un mal negocio con los jamaicanos, acercarse a la mujer a la que no debían...
Él era distinto, después de unos meses coleccionaba cicatrices, tenia a todos los antillanos buscándole y cada noche visitaba a Sola.
La llamaban Sola, porque así se llamaba la isla en la que nació: La Sola. 

Odio imaginarme todas las veces que se habrá acostado con esa zorra, reina de las supersticiones de esta cloaca de ignorantes. Llevo semanas viendo como sale cada noche y camina calle arriba en dirección a su casa. Enfermo imaginando que clase de oscura alquimia habrá usado para cegarlo, para que no se de cuenta de que le está engañando cada noche, para que no sepa que poco a poco le va consumiendo.
Sueño con ellos en la duermevela, le veo a él atrapado entre sus brazos, luchando por respirar entre su pelo. En mi sueño estoy escondida, no pueden verme...pero se como acaba el sueño: ella levanta la mirada y la clava en mi, entonces puedo notar con cada pupila un alfiler atravesando mi pecho.






viernes, 9 de septiembre de 2011

La santera.(I)

Bien entrada cada noche se levantaba muerto del viejo colchón en el que dormía. Hacía tiempo que la gente cuerda había abandonado aquella ciudad. Cada noche salía ya muerto de aquel tugurio malsano y mezquino, y muerto enfilaba el camino que atravesaba las viejas callejuelas de la judería. Calles donde se quedaron los locos, en las que un destello de plata en la oscuridad se convertía con suerte en una cicatriz con el tiempo. Las navajas no le preocupaban pues sabía de otras heridas que no sanarían jamás. Caminaba hacia los caserones de la parte alta de la loma sobre la que se levantaba la urbe. Conocía el camino hacia el cuchitril que ella habitaba bajo los pórticos de uno de los palacios.






Puede que hubiese salido a embaucar a hombres y animales, pero si quería encontrarla solo tenia que seguir el rastro de sal que sus pies iban dejando paso a paso, donde ya nada brotaría jamas o el olor ponzoñoso y almizcleño de las hierbas y pociones con las que nublaba la conciencia de sus cautivos. Presos por su magia negra se arremolinaban a su alrededor y la seguían calle arriba con la vista fija en el amuleto que oscilaba en su mano izquierda. Las bestias salvajes que hechizaba en las calles guardaban su casa del pobre extraño que dominado por la curiosidad quisiera internarse en el resplandor amarillento que irradiaba el portal siempre abierto. Convertidos en muñecos sin voluntad los hombres que caían en su telaraña la servían día y noche procurándole sus caprichos,los venenos y la sangre que necesitaba para sus ritos.
Llegó al final de la última calle del antiguo barrio judío y torció a la izquierda, al final del callejón se veía la luz fantasmal de la casa. Había llegado hasta allí con la intención de poner fin a todo aquello, de todos los perdidos que aún habitaban la ciudad él era el más maldito. Con él no había necesitado de sus pócimas ni de sus hechizos, nada de sangre de animales...su piel oscura y sus ojos en blanco debido al constante trance habían bastado con él. El amor a las hechiceras era algo vetado por el vudú y los antillanos no tardarían en encontrarle... No dejaba de ser extraño que en un lugar tan cruel e irreal como aquel no existiese magia mas negra que aquel sexo maldito...

jueves, 1 de septiembre de 2011


Tormenta de verano.


Hoy ha anochecido y sobre el mar los relámpagos han aparecido para llevarme con ellos. Los truenos de una tormenta de verano son distintos de los de otra tormenta. Más suaves, más cálidos...
Desde el tejado de casa veo como se acercan, veo como las nubes parecen brotar del horizonte y elevarse teñidas con los residuos del crepúsculo, mezclándose con el color violáceo del cielo, tiñendo la atmósfera de verde radioactivo.
Siento el viento fresco y húmedo levantarse, marinero que viene de visita. El sonido de los truenos retumba en las cuevas, en los acantilados... y el manto de lluvia se acerca golpeando la superficie del mar molesto con el tiempo. Bajo las escaleras y fumo hasta que las brasas del pitillo comienzan a sisear con las primeras gotas, miro arriba: viene una tormenta de verano y eso me pone de buen humor.
Las tormentas de verano, esas tormentas cálidas y densas. No creo que lo sean por ser verano, son cálidas y son densas porque vienen llenas de recuerdos... Tienen la extraña capacidad de transportar fragmentos de tiempo.
Entro en casa, me tumbo en la cama con las gotas ya golpeando con fuerza en las persianas, es un golpeteo metálico en esas persianas nuevas de aluminio...prefería el sonido de las gotas contra aquellas viejas persianas marrones de madera, que dejaban entrar el olor a tierra mojada del solar que había al lado de aquella casa.
Es mi primera tormenta de verano fuera de aquella casa. Hacía tiempo que no la echaba en falta pero hoy es uno de esos días. Uno de esos en los que recuerdo el terror que me causaban las siluetas dibujándose en la noche con los destellos de los relámpagos en mi niñez. En los que respiraba profundamente el aire fresco de la tormenta contando los días para volver al norte a reencontrarme con la luna.
Recuerdo los veranos en aquella casa y los inviernos. Recuerdo mi vida en aquella casa. Sigue pareciéndome un sueño extraño pasar por delante de ese montón de escombros. Esa montaña de cascotes de cuyo aspecto es imposible desentrañar lo que antes fue mi hogar, las paredes que me protegieron todos esos años, ahora en pedazos, mojados bajo la tormenta. Esa tormenta que siempre me conseguió apaciguar hoy calienta mi sangre y desenmascara esa faceta oscura, impotente e iracunda que duerme en mi mente.