viernes, 9 de septiembre de 2011

La santera.(I)

Bien entrada cada noche se levantaba muerto del viejo colchón en el que dormía. Hacía tiempo que la gente cuerda había abandonado aquella ciudad. Cada noche salía ya muerto de aquel tugurio malsano y mezquino, y muerto enfilaba el camino que atravesaba las viejas callejuelas de la judería. Calles donde se quedaron los locos, en las que un destello de plata en la oscuridad se convertía con suerte en una cicatriz con el tiempo. Las navajas no le preocupaban pues sabía de otras heridas que no sanarían jamás. Caminaba hacia los caserones de la parte alta de la loma sobre la que se levantaba la urbe. Conocía el camino hacia el cuchitril que ella habitaba bajo los pórticos de uno de los palacios.






Puede que hubiese salido a embaucar a hombres y animales, pero si quería encontrarla solo tenia que seguir el rastro de sal que sus pies iban dejando paso a paso, donde ya nada brotaría jamas o el olor ponzoñoso y almizcleño de las hierbas y pociones con las que nublaba la conciencia de sus cautivos. Presos por su magia negra se arremolinaban a su alrededor y la seguían calle arriba con la vista fija en el amuleto que oscilaba en su mano izquierda. Las bestias salvajes que hechizaba en las calles guardaban su casa del pobre extraño que dominado por la curiosidad quisiera internarse en el resplandor amarillento que irradiaba el portal siempre abierto. Convertidos en muñecos sin voluntad los hombres que caían en su telaraña la servían día y noche procurándole sus caprichos,los venenos y la sangre que necesitaba para sus ritos.
Llegó al final de la última calle del antiguo barrio judío y torció a la izquierda, al final del callejón se veía la luz fantasmal de la casa. Había llegado hasta allí con la intención de poner fin a todo aquello, de todos los perdidos que aún habitaban la ciudad él era el más maldito. Con él no había necesitado de sus pócimas ni de sus hechizos, nada de sangre de animales...su piel oscura y sus ojos en blanco debido al constante trance habían bastado con él. El amor a las hechiceras era algo vetado por el vudú y los antillanos no tardarían en encontrarle... No dejaba de ser extraño que en un lugar tan cruel e irreal como aquel no existiese magia mas negra que aquel sexo maldito...

2 comentarios: